Amarrados en la puerta del baile

Don Juan Cazorla Cano, el Cholo de Turre, no es que fueses amigo de tus amigos, es que sólo tenías amigos. Con la bondad y generosidad de quien pierde a un padre antes de tiempo y la familiaridad de tu bendita madre Carmen y tu hermana Isabel, que siempre han estado a tu lado, cuidándoos los unos de los otros. Y así, con ese inmenso empaque, tu casa fue la nuestra, tus cuatro paredes otro salón más de nuestras casas; generaciones y generaciones de turreros y turreras pasaron horas y horas entre el futbolín y la esquina de la barra, entre finales de Champions y copas que sabían a gloria.

No había (me está costando escribir en pasado máquina) mayor orgullo para alguien de Turre que llevar al amigo 'extranjero' a tu pub, para que conociera la esencia más pura de nuestro pueblo. No había mejor momento que la vuelta a Turre en fechas señaladas para verse de nuevo en tu templo. Allí los noviazgos de fuera pasaban la prueba de fuego, la tuya también, y comprobaban de primera mano la hospitalidad de todo un pueblo, allí conocían nuestras tradiciones y se extrañaban porque alguien preguntara en tu puerta a qué hora eran las cintas, un domingo de Resurrección.

Creaste cultura, una forma de ser, el adjetivo 'cholero'; gracias a tu bar en Turre se rompieron las barreras de edad y los que teníamos 16 años nos sorprendíamos hablando con personas de 35, porque no permitías que alguien se quedara solo, porque allí se salía a hablar, a crecer como personas, comprendiendo un orgullo de pueblo que nació en tu barra como tienen que nacer las cosas, de manera humilde y sincera. Qué cosas máquina, ¿cómo no se iban a extrañar en el resto de pueblos de que siempre fuésemos a sus ferias todos revueltos? Tú tenías toda la culpa de algo tan bonito como eso.

Como burricos amarrados en la puerta del baile, así nos has dejado Cholo, con lágrimas aún por brotar, con esta locura de cuarentena que no nos deja despedirnos de quien siempre nos tuvo su casa abierta, la palabra exacta y el consejo más sincero. Sin comprender todavía que volveremos a pasar por delante de tu puerta pero que ya no estará allí tu perfil para recibirnos, por eso nos queda la obligación de hacerle saber a tu hija lo eterno que fue su padre: Un turrero ejemplar.