Restos del bombardero estadounidense B 52 caido sobre Palomares. IDEAL
Accidente de Palomares

17 de enero de 1966, el día que lo cambió todo

La colisión de dos aviones estadounidenses durante una operación rutinaria de repostaje en vuelo provocó la expansión de óxidos de plutonio, uranio y americio

Daniel Serrano

Almería

Viernes, 12 de mayo 2023, 22:53

Han corrido ríos de tinta en los periódicos desde entonces, se han grabado multitud de documentales, el último de ellos 'Palomares. Días de playa y plutonio' emitido por Movistar+ en abril de 2021, Estados Unidos ha tenido once presidentes y por el Gobierno español han pasado otros siete desde que se instauró la Democracia –ya que cuando ocurrieron los hechos España todavía vivía bajo el paraguas del franquismo– hasta hoy.

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El 17 de enero de 1966 todo cambió. Palomares, una pequeña pedanía de Cuevas del Almanzora en la que apenas vivían unas decenas de habitantes, pasó a ser en cuestión de días conocida en todo el mundo. Esa mañana se produjo la colisión de un bombardero B-52 y un avión nodriza de la base de Morón de la Frontera, KC-135 de las Fuerzas Aéreas de EE UU durante una operación rutinaria de repostaje en vuelo.

Cuatro bombas nucleares con 75 veces la capacidad atómica de las de Hiroshima –es decir, con capacidad para provocar la mayor explosión atómica de la historia de la humanidad– y los restos de los aparatos se esparcieron sobre cientos de hectáreas en el litoral y el mar de la zona, muy frecuentado por pescadores que hacían de él su principal método de vida.

Dos de las armas nucleares impactaron en el suelo y sus nueve kilos de combustible nuclear se diseminaron por la zona, en forma de óxidos de plutonio, uranio y americio fundamentalmente. Uno de los cuatro proyectiles tardó 80 días en ser encontrado.

Tras el accidente se produjo una imagen mítica que ya es parte de la historia y que todos –o al menos los de cierta edad– recordarán, el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga; el que fuera embajador de Estados Unidos en España, Angier Beiddle Duke, y el presidente entonces de la Agencia Efe, Carlos Sentís, se bañaron en el mar para demostrar al mundo y a la población local que no había peligro para la salud.

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Inmediatamente después del accidente, las Fuerzas Armadas estadounidenses identificaron la zona afectada por la contaminación radiactiva, denominada 'Línea cero'.

Comenzaron los trabajos de remediación sobre el suelo superficial y las cosechas; trabajaron más de 740 personas –600 de ellas de las Fuerzas Aéreas americanas– y se emplearon casi 100 vehículos, más de 20 máquinas pesadas y 33 navíos.

Las operaciones costaron 80 millones de dólares de la época a EE UU, y se retiraron, en 4.810 bidones, 1.400 toneladas de tierra y restos vegetales que fueron transportados por mar a ese país, donde quedaron depositados en el centro de reprocesamiento de materiales nucleares Savannah River Facility (Carolina del Sur) el 8 de abril de 1966.

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Acabada esta intervención, y a pesar de los restos que quedaban y del peligro que ello conllevaba, se firmaron acuerdos entre el Departamento de Energía de EE UU y la Junta de Energía Nuclear, y dio comienzo el 'Proyecto Índalo' para el seguimiento de la población potencialmente afectada y de la actividad residual de suelo, fauna y flora.

En aquella época, la explotación económica de las áreas afectadas consistía en el cultivo esporádico en régimen de secano, con escasa producción.

Según los sucesivos estudios, el riesgo consistiría en que las partículas contaminantes, que están adheridas a los suelos, pudieran ser ingeridas o inhaladas por su transferencia a alimentos o al aire.

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Ambas vías se controlan en la actualidad gracias al control de acceso y vallado de los terrenos de las zonas afectadas.

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