Que Turre, pueblo de contrastes por idiosincrasia, tiene una Semana Santa muy singular no es algo que venga a sorprender a propios y extraños a ... estas alturas. Dentro de esta semana, y también en las previas, se celebran distintos actos litúrgicos que sorprenden por su riqueza dentro de una villa tan pequeña. Hasta cuatro son las hermandades que procesionan hoy día y, por ende, organizan este evento que acaba en la gloria del Domingo de Resurrección con las famosas Carreras de San Juan.
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Pero hoy vengo a detenerme en el tiempo, en la antigua calle de la Estación; que así se llama no porque Turre tuviera nunca una estación de tren o autobús, si no porque en algún momento el pueblo llano, su saber ahorrativo en el lenguaje, recortaría el nombre completo de la antiquísima calle de la Estación de Penitencia, es decir, la calle de las procesiones. Paralela a la Rambla un rato y luego ya con devenir y carácter propio, justo formando la base de Turre Viejo y su ermita; larga, estrecha, de faroles y mágica, casi bohemia, es la calle del silencio y del respeto, de las saetas y los recuerdos; y que una de las principales arterias del barrio viejo del pueblo se llame así ya nos da muchas pistas de la importancia de los actos religiosos de esta índole en el pueblo guardián de la Sierra de Cabrera, del tesoro de Teresa.
Con el paso de los años los tronos crecieron en Turre y las imágenes dejaron de procesionar por su arteria primigenia para trasladarse a la ya mencionada Rambla del Ayuntamiento que cae directamente en la plaza. Son cosas de la modernidad, hay que aceptarlas sin más, y hoy día ya sólo se puede ver al titular de la Hermandad del Señor andar por allí en la mañana de Viernes Santo. Pero hay una excepción que se mantiene sempiterna; una joya que ni es mediática, ni espectacular, ni tan siquiera pasional, una aguja en el pajar del tiempo.
El Miércoles Santo una humilde imagen de Cristo atado a la Columna vuelve a la calle de la Estación. Es la única procesión de la noche y no ha cambiado en los cientos de años que llevará ocurriendo. La Hermandad del Señor, quizás la más clásica de las que hay, sale de la iglesia sin música, sólo acompañada por los rezos de las personas mayores, y se adentra en el corazón de la villa, directa a un viaje en el tiempo. Un pueblo de esencia morisca como este que, en esta noche, trae al recuerdo la teoría de que eran esos mismos moriscos los que empezaron a procesionar en Andalucía para demostrar su nueva fe al resto, para no verse en problemas con el nuevo orden establecido.
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Bajo la primera luna de Jueves Santo, la que todo lo alumbra, anda lenta esa imagen por callejones encalados, por esquinas de sombra espesa, entre siluetas de gesto pausado. La Iglesia de las vidrieras de Blas Carrillo y la ermita del barrio de los fragüeros son testigos de la escena. Y yo, que no soy un devoto aférrimo, me sorprendo con mi cámara en cualquier esquina buscando las imágenes de mi niñez, donde andaba por allí de la mano de mi abuela, cumpliendo con la tradición año tras año.
Juraría que aún se puede ver a aquellas trabajadas mujeres, de luto eterno, acompañando la ceremonia entre los murmullos de rezo que, precisamente, repasan las estaciones de penitencia. Para quien aún vio a aquellas gentes arrancando caliches, los aros de hierro en las puertas para amarrar a las bestias o la rabia por el mal agüero del canto de los mochuelos a media noche; algo así le ayuda a sopesar la grandeza no ya de la Semana Santa, si no de la cultura popular que lleva intrínseca. Esa misma cultura mágica que nos traslada a los recuerdos, a las vivencias, a nuestros antepasados; de un tiempo que ya no es, pero que a veces vuelve al presente, juguetón y lleno de aroma, de esencia y pureza.
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Son los contrastes de mi pueblo, como los de tantos pueblos de este sur al que le cortaron la memoria, al que le robaron las tradiciones para hacerlas suyas. Hoy es miércoles santo, volveré a disfrutar boquiabierto de esa sencilla estampa, una procesión que no será vendible, ni mayoritaria, que algún día morirá o se reinventará por sí misma, como los nombres de las calles, pero al menos aquí quería ponerla en reflejo ante el crudo paso del tiempo.
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