Un año después, la zona del ‘derrumbe’ en Cuevas «es como un cementerio»
Miguel Santiago pasea sus días por donde se ha criado, dónde se criaron sus padres y sus abuelos. Pasa todas las horas, excepto para comer y dormir, en el barrio de El Realengo de Cuevas del Almanzora, en su barrio; aunque desde hace un año, por desgracia, tuvo que dejar su casa allí para vivir en el pueblo. Hace un año, el desprendimiento de las cuevas justo al lado de la suya, le hizo irse de su barrio, a él y a todos los que vivían por allí.
Jennifer Simón Carrión
Martes, 10 de mayo 2016, 10:30
Un año después, en el mismo lugar, el único cambio que se aprecia es que hay menos rocas y tierra, el arreglo del talud que cedió y poco más. Sigue el agujero que se hizo para sacar a las tres personas, un padre y dos hijos, que quedaron sepultadas por los 3.000 metros cúbicos de tierra que cayeron, a las que las recuerda unas velas que alguien ha colocado a las puertas de lo que era su cueva, el hogar en el que vivían y dónde murieron.
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En el mismo lugar, hay otra diferencia y es que, en esos días de 2011 miraban desde arriba muchas personas, entre curiosos y vecinos, ahora sólo un perro nos contempla mientras Santiago revive una vez más, lo que deparó sin saberlo, aquella madrugada fatídica del 14 de octubre de 2011. «Sigo teniendo pesadillas y sueños todavía, yo estaba despierto cuando sucedió todo, ayer me estaba acordando de que ya hace un año», pero lo recuerda como si hubiera pasado desde entonces tan sólo un instante. «Nosotros (sus hijos y su mujer) nos quedamos en el hueco de la escalera. Yo me crié con ellos, con los que fallecieron, y pienso en que cierro los ojos y eso no ha pasado», lo cuenta Miguel, mientras observa su casa, pegada a la cueva caída. Antes trabajaba y se pudo hacer esa vivienda a la que ahora no quiere volver, pero que no deja de visitar a diario.
Hoy no hay nadie, un año más tarde los vecinos que se quedaron sin casa siguen alojados en los pisos que el Ayuntamiento les buscó. Santiago paga su luz y su agua. Parece ser que el casero no ha cobrado los meses de arrendamiento, ni en su caso ni en el de otros, al menos seis familias más. Los únicos que pudieron comprarse una nueva casa fueron la viuda y el hijo que salió ileso del suceso.
Allí, donde sucedió todo, llega otra vecina del lugar y confirma lo que dice Miguel Santiago: «aquí no hay nadie, esto parece un cementerio. Todavía tenemos miedo, el resto de la gente se fue, yo no volvería a vivir aquí, como esto está ahora, pero hace un año nos dijeron que nos buscarían algo, que harían algo, pero no se ha dado ninguna solución a esto».
Miguel explica que, en su momento, se habló de ataluzar el cabezo, hacerlo de manera que se eliminara el peligro y la gente pudiera volver a vivir allí, en sus casas. Ahora están casi todas cerradas. Las que sufrieron el envite de las rocas, siguen igual... bueno, exactamente igual no, ya no están las rejas, las lámparas, algunos aires acondicionados... Algunos enemigos de lo ajeno que aprovechan cualquier ocasión para hacerse con los restos de la tragedia. «El barrio es el más tranquilo, yo me gasté mucho dinero cuando trabajaba como fontanero y albañil para hacerme una casa aquí, porque yo quería vivir aquí, y lo perdí todo. Ahora estoy sin casa y sin trabajo. Eso sí doy gracias que tengo a mis niños conmigo», afirma Santiago.
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Un día eterno
Aquel día, aquella madrugada del 14 de octubre y todo ese día fue «eterno», el espectáculo a primeras horas de la mañana era 'dantesco', rocas y tierra habían sepultado varias cuevas en el Realengo. A pesar de las confusas informaciones de primeras horas, en pocos minutos se confirmaba que había tres personas que habían quedado bajo los escombros. La necesidad de retirar todo el material junto a la mínima esperanza de sacarlas con vida hacían de los trabajos y el procedimiento una tarea complicada. Una gran máquina que llegó de Murcia tuvo que ser la que retirara las enormes rocas. Un día 'sin fin' que halló los cuerpos sin vida de José Manuel Asenso y sus hijos Alonso y José Manuel, a quienes se les ha recordado estos días con una misa.
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