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Cuevas de Vera, terremotos y una catedral de Gaudí en Villaricos

¿Porqué Cuevas se llamó Cuevas de Vera?, ¿Es cierto que Antoni Gaudí diseñó una catedral para la pedanía de Villaricos?, ¿hubo un año en el que el miedo a los terremotos hizo que se realizaran campamentos a las afueras de las ciudades?. Son algunas de las preguntas que responde el historiador, escritor y filólogo, Enrique Fernández Bolea, también cronista oficial de Cuevas, a través de su último trabajo 'Historias para una historia. Cuevas del Almanzora y su provincia'. «Es una obra coral realizada en los últimos cinco años y que pretende responder a las inquietudes que me ha ido planteando la gente, que siempre acude a mí sabiendo mi pasión por escudriñar la historia y conocer más sobre ella», apuntó Fernández Bolea.

Jennifer Simón Carrión

Martes, 10 de mayo 2016, 08:46

Cuevas de Vera Y entre esas preguntas que se resuelven se encuentra una que «escuece» especialmente a los cuevanos. ¿Porqué Cuevas se llamó Cuevas de Vera?. «El municipio ha tenido cinco denominaciones desde el siglo XV: Cuevas del Marqués, la Villa de las Cuevas, Cuevas de Baza, Cuevas de Vera y finalmente Cuevas del Almanzora. Lo de Cuevas de Vera llegó por una cuestión práctica implementada por la Real Chancilleria de Granada, que asume las competencias de nombrar cargos del Cabildo en tres provincias y para evitar confusiones con otros nombres que también eran Cuevas, se le añade 'de Vera' por la proximidad geográfica, para tener esa referencia con la ciudad más cercana, pero nunca hubo dependencia administrativa con ella», explicó el autor, a modo de resumen, de lo que viene mucho más detallado en su libro. Y como esa hay en la reciente publicación del cronista, doce historias más, que «están conectadas, se complementan», apuntó Fernández Bolea, y así «cualquiera que lea las diez primeras historias (las tres últimas van más allá del término municipal cuevano) se dará un paseo por los cinco últimos siglos de la historia de Cuevas. Pero, a la vez, posee esa doble virtud de poder 'entrar' por cualquier relato, se pueden ir seleccionando», matizó. Gaudí y Villaricos «Hay historias muy bonitas como la de la catedral que diseñó Antoni Gaudí para Villaricos», destacó el autor, y relató: «En 1875 vinieron a estas tierras frailes benedictinos, con la intención de ubicarse entre Palomares y Villaricos, creando una colonia agrícola que diera riqueza y evangelizara la zona (en esos momentos, con la 'ocupación' de la minería, todo eso estaba dejado de la mano de Dios). El Abad de los benedictinos se pone en contacto con Joan Martorell para construir su sede en Villaricos, convento e iglesia dedicada al Espíritu Santo. Por entonces, el arquitecto estaba dirigiendo la obra de las Salesas de Barcelona, así que delegó en su discípulo, Antonio Gaudí. El joven artista efectúa una iglesia, a la que siempre se refiere como catedral de Villaricos, y tiene cierta semejanza a la de las Salesas de Martorell. Ese proyecto se quedó en el estudio de la Sagrada Familia de Gaudí y sucumbió en el ataque e incendio de 1936. Sin embargo, aquel diseño nunca se ejecutó porque los benedictinos igual que llegaron se fueron. Sabemos de la existencia de todo esto por las cartas del Obispo con Gaudí y por las manifestaciones de Rafolls, amigo del arquitecto catalán. Si se llega a llevar a cabo, Cuevas sería hoy una de las localidades Patrimonio de la Humanidad por disfrutar de una obra de Gaudí». Tres meses de pánico Y si los terremotos no son algo nuevo en la zona, lo que sucedió en el verano de 1863 fue totalmente extraordinario. Es otra de las llamativas historias de la obra de Fernández Bolea. «Los movimientos sísmicos comenzaron un 10 de junio y se extendieron durante tres meses a diario, algo que provocó el pánico en la ciudadanía. «Cuevas y pueblos de alrededor estuvieron en un ambiente de pavor que supuso que se construyeran, incluso, improvisados campamentos a las afueras de los núcleos urbanos, dado el miedo que ya había por la duración de los terremotos que hicieron que aquello fuera un hecho único en la historia documentada», explicó el autor. Además de los relatos que detalla con maestría el historiador, la publicación goza de un material gráfico muy destacable. Enrique Fernández quiso remarcar las ilustraciones de Francis González, «son 19 dibujos hechos 'ex profeso' para esta edición. Son aguados en tinta china, excepto la portada que es acuarela y tinta, y que suponen un pórtico de cada historia, los dibujos enmarcan cada relato y ubican al lector, de un vistazo, en el tema del artículo. Otra serie de cinco dibujos acompañan a los preliminares. Francis ha hecho un gran trabajo, ha mostrado un gran talento, y de hecho, en la presentación hubo una exposición de dichos dibujos». Otros apoyos visuales son fotografías de la época, dos cuadernillos a color con imágenes que tienen que ver con todos los relatos, mapas y planos y textos complementarios.

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