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Sábado, 31 de octubre 2020, 22:41
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Una vez le preguntaron a Javier Reverte que cuál era el amanecer más bello que había visto en la vida. Él dijo que el de Garrucha. «Saliendo a pescar, temprano». Él los conocía como nadie. Su relación con este recoleto pueblo de pescadores mirando hacia el oriente era sempiterna, afectuosa, reiterada y feliz, sobre todo esto último. «Era una excelente persona. Cada vez que tenía unos días se venía aquí a disfrutar de la pesca y del mar». Juan Cervantes, garruchero, ha compartido horas con el insigne viajero. «Llegó a comprarse un piso en el pueblo. Y venía mucho. Le encantaba la pesca. Ha sido un buen hombre. La verdad es que cuando me lo han dicho ha sido un golpe», se lamentaba.
En el restaurante El Almejero cuelgan de la pared algunas de sus fotos. Cuando volvía de la mar, llevaba las capturas –allí o al local del jubilado– para remojarlas con amigos. «Tenemos muchas fotografías», subraya su amigo, Cervantes. Él y todos los hombres de la mar le conocían como a un vecino más. Un amante de las olas, de la mar, del olor a sal. Casi tanto como de hacer las maletas e irse a la otra punta del globo.
Reverte era ante todo un observador y un 'escuchante' que recordaba al vecino Pepe Soler, 'El Vinagre'. Otro garruchero se corazón, de mente y de costumbres pese a haber pasado parte de su vida en Francia. «Su filosofía se resumía en una expresión: 'la vida es un ratico, nene'», apuntaba en una reciente entrevista el escritor viajero. Ahora, junto a 'El Vinagre' –también fallecido– no necesitará de más maletas. Mientras tanto, Garrucha llora a ambos.
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