Días de rabia
Nunca he sido corporativista, ni jamás me he agrupado con otros/as individuos/as solo por el hecho de que desempeñen mi mismo trabajo o lo realicen en el mismo lugar que yo.
Juan García Conesa
Martes, 10 de mayo 2016, 08:52
Tampoco quiero ser especialmente alarmista, ni pesimista, pero creo que ha llegado el momento de hablar de educación, de la educación y el sistema educativo en estas páginas.
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Ya saben todos/as ustedes que quien suscribe es profesor en el IES Albujaira, en la localidad de Huércal-Overa, y llevo realizando ese trabajo desde hace ya doce años, entre los cuales he sido primero interino, después funcionario de carrera con destino provisional y por último funcionario de carrera con destino definitivo.
Les comunico que es por ello, que conozco de primerísima mano la composición, funcionamiento y mecánica general de comportamiento de nuestro sistema educativo, con sus etapas y peculiaridades, y desde las diferentes perspectivas que ofrece la práctica docente, e incluso, si me apuran, desde las diferentes zonas geográficas que componen nuestra CCAA. Es por ello, que me creo con la suficiente capacidad de manifestar algunas ideas sobre nuestro sistema educativo.
Es indudable que la educación de un país es su futuro, es lo que garantiza ciudadanos/as libres y formados, capaces de trabajar de manera honrada, de conocer los valores que van a ayudar a que mejoremos como Sociedad, en grupo, el día de mañana. A nadie se le escapa la importancia, por tanto, del sistema educativo en la vida de un país, y más concretamente de la existencia de un sistema educativo público digno, eficiente y de calidad.
La enseñanza pública nos iguala, nos hace comprender que el acento, que lo que importa es formarse y aprender, independientemente de quien sea tu padre, madre, donde trabajen o donde vivas, ya que tanto los unos, como los otros, es decir, todos los/as alumnos/as, comparten el mismo espacio para aprender y disponen de idénticos recursos y posibilidades.
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Pero no vale cualquier enseñanza pública, igual que no vale cualquier sanidad pública, tiene que ser la mejor que sea posible, la más excelente, la más perfecta, la que mejor forme y eduque a su alumnado. Y eso necesita recursos. Recursos humanos bien pagados, que aprecien su trabajo, que estén orgullosos y motivados para poder enfrentarse cada día a la dura y preciosa tarea de enseñar y educar. Pero no solo son importantes los Recursos humanos bien formados y capaces. Que va. De hecho, son iguales de importantes los recursos materiales que se destinan a la educación y que permiten al profesorado poder hacer bien su trabajo y a los/as chavales y chavalas, poder estudiar de una manera decente y sensata.
Ambos recursos, los humanos y los materiales, dependen directamente de los recursos financieros y económicos destinados a cubrir esa demanda de la sociedad. Y resulta que cada vez, se destinan menos recursos económicos a la parcela educativa. Dicha reducción o recorte, como se dice ahora, incide directamente en la calidad educativa.
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Y aquí es donde nos hallamos. Estamos asistiendo, en algunos casos, sin reaccionar, al desmantelamiento de la enseñanza pública, o al menos, al desmantelamiento del ideal de que la enseñanza pública tenía que ser gratuita y de calidad. Sistemática y organizadamente, este Gobierno se está dedicando con todo descaro a reducir lo público a algo subsidiario y precario, destinando cada vez menos recursos a su fomento, mejora e implementación.
Me niego a creer que sea casual, e igualmente me niego a creer que todo sea fruto de la crisis, y por supuesto, no repito el mantra gubernamental de que no hay otra opción ni otra vía, o que la herencia recibida es el problema. De eso nada. El problema son las políticas de derechas alemanas y neoconservadoras que se están instalando en nuestro país y nuestras vidas de manera impuesta y sin alternativa, y que poco a poco están destruyendo todo aquello que nos ha costado mucho esfuerzo y años construir entre todos/as.
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Y además, no quieren ni que nos quejemos. Nos quieren asustados, en casa y con la cabeza agachada. Pretenden que contemplemos como impávidos e inertes espectadores la destrucción a la que nos están llevando. Eso sería lo último. No se me paralicen, reaccionen, quéjense, porque después ya será tarde.
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