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“El Mar, La Mar”

Los insondables caminos del destino están repartidos en sendas caprichosas que se distribuyen como un mapa imaginario, que día a día se inventan bajo el antojo del azar, imprevisibles para nosotros, con asombros futuros y vivencias por explorar. Esos mismos caminos, que no conocen de fronteras ni países, marcaron el porvenir de Richard Shepherd cuando se convirtió en propietario del Restaurante El Mar, La Mar en marzo de 2006, haciendo más deliciosa la vida en Villaricos.

Francisco Javier Fernández Espinosa

Martes, 10 de mayo 2016, 09:13

 

La amplia colonia británica de la zona de levante cuenta con varios puntos de encuentro en los que desarrolla su vida social al tiempo que se integran con las gentes autóctonas, favoreciendo un enriquecedor intercambio de culturas e influencias, que aumenta el interés y la riqueza de nuestros pueblos, donde tan amplia afluencia británica dinamiza el entorno socioeconómico en estos momentos de crisis y de realidad desmotivadora.

El trato amable y cálido del equipo de El Mar, La Mar sirve de terapia ante la cruel realidad, en un ambiente delicioso y sereno, con el mar frente a su galería y los barcos en el horizonte, en busca de puerto. La armonía gastronómica de su carta, acompañada por la bondad de una delicada bodega, conjugan todos los ingredientes para una velada ideal bajo cierto acento mundano.

El trascurso de días, con la cadencia habitual y las tertulias corrientes, se vio alterado de forma brusca cuando el pasado mes de septiembre se despedía del calendario con fuertes lluvias y graves inundaciones, sin reparar en muros ni contenciones, arrasando con su cauce todo lo que encontró a su paso. Gran cantidad de familias se vieron afectadas en sus negocios y viviendas, desatando sentimientos de frustración y rabia al tiempo que dejaba al descubierto la nefasta gestión de los cauces de los ríos y el caos desatado por las construcciones insensatas de promotores sin escrúpulos. La necedad de responsables que fueron cegados por el crecimiento instantáneo y la bondad de la burbuja inmobiliaria desatendieron a la sensatez y a la prudencia, haciendo caja con las ilusiones de la gente de buena fe.

Richard reaccionó rápidamente ante este escenario de tristeza y pesadumbre, convirtiendo su restaurante en un centro solidario en el que ha recaudado incansablemente más de diez mil euros que ha entregado a Cruz Roja, destinados a ayudar a los damnificados por las inundaciones de octubre. Su ímpetu por colaborar con los afectados siempre estuvo por encima de su interés personal, por encima de los difíciles momentos que atraviesan los empresarios y comerciantes, especialmente en el mundo de la hostelería. El ejemplo mostrado por la colonia británica en general, concienciada en la necesidad de colaborar decididamente en la aportación de fondos para la causa, supone un acto de bondad y gratitud con nuestra tierra.

No se me ocurre mejor sitio para homenajear a Alberti, ese escritor del pueblo que tanto incomoda a quienes despojan su nombre de los teatros, alegremente intolerantes y altivos. El sentido de su obra, de los hombres para los hombres, se engalana de orgullo y brillantez en entornos como El Mar, La Mar. La generosidad que inspira esta iniciativa habría de ser tenida en cuenta por el resto de colectivos profesionales y administraciones, aportando ese aplauso innecesario que la gente solidaria no necesita escuchar, pero que sirven como llamada de atención y ejemplo social en nuestros tiempos convulsos.

Mañana iré a ver a Richard, marinero en tierra, a saborear una copa de vino y sonreír con mis amigos, ya que a veces, la vida te demuestra que todavía hay esperanza para los hombres. "El mar. La mar./ El mar. ¡Sólo la mar!".

 

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