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La caída de los Dioses y Copérnico

Sé de sobra que acostumbro a ser sombrío, triste y pesimista, incluso un poquito lúgubre si me apuran, en la visión que tengo del mundo en estas páginas que les vengo escribiendo. Algunos dirán, sin embargo, que soy realista.

Juan García Conesa

Martes, 10 de mayo 2016, 09:41

 

Estamos en plena efervescencia navideña y quiero dar un giro copernicano a mi espíritu continuamente aplastado por la tristeza. Miren ustedes, motivos, lo que se dice motivos, pues no hay muchos, pero es el momento de dar un cambio a la visión de las cosas que nos rodean. A tomar la vida de otra manera. A encarar los asuntos y problemas mediante otro punto de vista.

Y es que, tal muchas y delicadas depresiones sociales comunitarias, que forman el acervo cultural y la idiosincrasia común de este país, por las que he atravesado y atravieso todavía, he llegado a la conclusión que afrontar los asuntos que más me preocupan desde una óptica distinta (más positiva) es sin lugar a dudas el comienzo de la búsqueda de la solución.

Porque estarán de acuerdo conmigo, que el objetivo de la vida es ser feliz, y de eso se trata. No hay más. Así que decidir cambiar la visión de las cosas tan negativa que uno tenga, por otra más favorable y estimulante, solo depende de nosotros mismos, y les garantizo que ese es el comienzo de la felicidad. O al menos, nos sitúa en el camino correcto.

No es casualidad que me haya decidido ahora a contarles esto. Porque, en definitiva, se trata de trasponer el espíritu navideño (el promovido por el Corte Inglés y Freixenet, por ejemplo) a todos los meses, días y horas de nuestra vida. Miren ustedes, por muy ateos o agnósticos que sean, aunque sean judíos o musulmanes, no me negaran que en estas fechas a uno se le agranda un poquito más el corazón y se pone a sonreir más fácil, o está más predispuesto a ello. Y si es que no fuese así, que puede ser, porque como ya digo, nos las están dando bien dadas y pintan bastos venideros, intenten recordar cuando eran niños/as, y todo era posible, todo podía pasar, todo podría ocurrir, aún no había asomado su fea cara la cruda realidad de la vida.

Alguien me dirá que eso es una falacia, o una tontería. Y bueno, puede ser un autoengaño, puede ser una sugestión del inconsciente colectivo, ¿y qué?. ¿Qué más da?. El caso es que merece la pena esforzarse un poco en ser feliz, trabajárselo, dar un paso al frente, levantarse todas las mañanas pensando que hoy va a ser sin duda alguna, mejor que el día de ayer, y es que tiene que serlo. No queda otra.

Este que les escribe es un ateo confeso, y durante muchos años he rechazado tener una postura positiva, escondido mis prejuicios, sobre lo que suponían las fiestas de navidad, negándome a disfrutar de ellas. Sin embargo, creo que hasta aquí he llegado. Este año las necesito, y no pienso perdérmelas, quiero reír y pasarlo bien, quiere ser positivo y disfrutar. Y quiero mantener esa actitud cuando acaben estas fiestas, porque necesitamos ser positivos, porque es nuestra responsabilidad, porque al mundo se viene a ser feliz, y a sufrir lo menos posible.

Por cierto, ni por un momento piensen que he dejado de ser ateo. Sean felices, pero no tontos/as, se lo pido por favor. Otro día hablaremos de la diferencia entre felicidad y tontuna. Se parecen, pero no son lo mismo.

 

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