Los Caladeros del Moro Muza
Hay que ver lo sencillo que, a veces, parecen las grandes tragedias y su solución. Y también su previsión. De tal manera es esto, que una tormenta apabullante se disuelve en un vaso de agua, tomando , desde luego, la necesaria precaución y ver a largo plazo. Que esta es la filosofía de vida del tío Paco, apodado desde tres generaciones "Mareas", pescador de toda la vida, él, su padre, abuelo y tatarabuelo. Nuestra charla era al atardecer, con el mar tendido en la dársena de Garrucha, a la caída de la tarde agosteña, que dulcificaba la puesta del sol adelantándose unos minutillos al horario anterior, debido a nuestra declinación celeste hacia el Ecuador.
Ezequiel Navarrete Garres
Martes, 10 de mayo 2016, 09:59
Estábamos en el Malecón garruchero, casi encima del mar, que se extendía a poniente hacia la curva de Sierra Cabrera y Mojácar, columpiada allá arriba como un brochazo de cal. Desde nuestra posición alcanzábamos el lejano paseo, que se perdía, distante y brumoso, presumiendo de su gran extensión. Hablábamos y hablábamos del grave asunto de los caladeros marroquíes, del tremendo problema de la flota andaluza amarrada e inactiva, meses ya, con un futuro incierto, tras cientos de años faenando en los fondos cercanos. . Al llegar a este punto, "Mareas" erguía su torso y entornaba sus ojos, dirigiéndolos con irritación a nuestro brazo de mar, cuyo horizonte era neblinoso y difuso por la hora. Recordaba "Mareas" los formidables turnos pesqueros que, durante sus años mozos, estuvo realizando desde Algeciras. Siempre había oído decir que desde nuestras playas se veían Melilla y Orán. Ahora él sabía que desde allí se ve la costa andaluza. De estas jornadas obtuvo recursos para construir su casa, allá arriba. Y, añadía, allí vivió hasta hoy, feliz, con su mujer y cuatro hijos que Dios le dio.
Y, entonces, derivó su diálogo, sobre un tema más importante, más contundente. Decía: Lo que más le dolía era que una señora italiana, de los grandes mandamases de Bruselas, fuera la encargada de defender nuestros intereses frente a nuestro vecino. Desconocedora de la gravedad del problema, y tratando tan fundamental y vital asunto con los apuntes que le proporcionan los secretarios, y secretarios de secretarios, de unos tíos con carteras enormes, llenas de miles de legajos , que, por muy sabios que sean, no han pisado un barco nunca y, menos, una traínera de pesca de -arrastre.
Y, añadía "Mareas": Si, en lugar de arrimarnos a esa gente rácana y marrullera de por ahí, de Europa, que toda la puñetera historia no han hecho más que envidiarnos y, en lo posible, pisarnos un callo, nos hubiéramos acercado a los americanos, que siempre han tenido buenas intenciones hacia nosotros, porque saben de nuestra influencia en el resto de América, que son como sus vecinos naturales, otro gallo nos cantaría. Cuando estornuda su Presidente, el resto de mundo pilla pulmonía. ¡Con lo fácil que hubiera sido hacerse con un fiel amigo europeo! Aunque el resto de amistades hubiera sido igual. Como ahora, si el americano le da un toque a nuestro concursante y primo, sería una seda.
De tarde en tarde uno tiene ocasión de encontrar personas de sentido común. Cuando la tarde olía a brea y se llenaba de alumbrado por doquier, me despedía de mi claro y seguro amigo ¡MAREAS!. Por mi mente habían pasado el año 711, la conjura de Ceuta, el traidor don Julián, Tarik, don Rodrigo, Rey, y la primera desgracia del Guadalete, con Muza de "facedor".
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