EL REGRESO DE LOS DOS ROMBOS
Les juro que eso es lo que pienso cada vez más, según veo como se desarrollan algunas trasnochadas legislaciones que se basan en rancios criterios ideológicos, que independientemente de que se compartan o no, son intolerables en el fondo y en la forma. Parte de la batería sentimental que pone en marcha el aparato del partido popular, ya sea desde el gobierno, desde las serviles salas de algunas audiencias de justicia, o desde los frentes mediáticos, consiste en pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque eso suponga retrotraernos a la edad Media, y desde luego, descolgarnos por la derecha (la peor derecha) de todo nuestro entorno geográfico, social y político. En esas distinciones, el Gobierno actual se está demostrando como un auténtico especialista.
Juan García Conesa
Martes, 10 de mayo 2016, 09:19
Me vengo a referir desde estas páginas, a la tan famosa Ley del Aborto que de manera tan falaz dice que tiene el espíritu de la defensa de la vida y de la protección a la mujer. Hace falta ser hipócrita. Y mentiroso. Es un hecho científico, admitido en todo el arco ideológico de esa misma comunidad científica, que un embrión, aún no es posible catalogarlo como ser vivo. Es una célula. De no ser así, cada vez que les sacan sangre para hacer un análisis clínico, estarían incurriendo en un delito de eutanasia. Me comprenden, ¿no?. Pero dejemos al margen las ideologías y los sentimientos, porque aunque en el fondo se trata de eso, el tema es lo suficientemente serio como para no tocar fibras sensibles, tan fáciles de alterar, inflamar y que tanto cuesta apagar después. Se trata de respeto. Es un principio básico. Hay que defender la vida. Sobre todo, la de la mujer embarazada. Que debe decidir cuándo, cómo, con quién y de qué manera accede a la maternidad. Solo le corresponde a ella esa decisión. El Estado, simplemente debe garantizar las condiciones de que el acceso a la interrupción del embarazo sea libre, seguro, con garantías e igual para todas las mujeres. Pero la Ley que plantea el Sr. Gallardón, no se inspira en ese principio. Se nutre de una concepción decimonónica de que las leyes solo existen para recortar derechos, y no para igualar a los/as ciudadanos/as, o ampliar sus libertades. La realidad hasta ahora existente de que el aborto en España se regulase mediante una Ley de plazos, es decir, que dentro de un periodo de gestación previo y predeterminado, se podría interrumpir el embarazo sin tener que dar más explicaciones, simplemente nos asimilaba al resto de ordenamiento jurídico europeo que en este sentido hay en todos los países de nuestro entorno. Ninguna mujer es obligada a abortar. Ninguna. La que quiera que lo haga, con todas las garantías sanitarias, jurídicas, sociales y económicas, independientemente de su religión, edad, ideología o poder adquisitivo. Pero, claro, ¿cómo no iba a meterse el Sr. Gallardón en otro jardín?. Porqué no me dirán que el aborto era un tema social en España que generaba problemas. A partir de ahora, sí, claro. Hasta ahí podíamos llegar. Volvemos a confundir, verbigracia de la Iglesia Católica Española, a confundir,digo, delito con pecado, a querer hacer pasar y coincidir al uno con lo otro. Y eso es muy peligroso. Además pueden volver los tiempos en que las hijas de papá y mamá que tenían posibles iban a Londres ha hacer esos viajes sanitarios que llevaban el destino de una clínica abortista, y la que no disponía de una buena cartera, pues, acuérdense, ajo y agua. En cualquier caso, lo más triste, es la paradoja irónica de que sea el único punto del programa electoral del Partido Popular que se ha empeñado en cumplir y respetar. Los Gobiernos, están para hacer mejor la vida a las personas, no para empeorarla.
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