Semana Santa en Vera: viejas emociones
Decía mi abuelo don Eusebio, sentado en la mesa de camilla de la reunión familiar, en los tiempos de aquella aurora boreal, la primera asustante observada por ,los parajes montaraces de la Sierra Contraviesa, y nevada total en el pequeño y atalayante pueblo de Somontín, que de los pasos que componían la Semana de Pasión en Vera, él estaba enfervorizado por la procesión del Cristo de la Misericordia, que, además, era la meritoria y perfecta obra del Montañés, famoso imaginero de la Escuela Granadina. Yo, que merodeaba por aquel salón, todo oídos, gravé en mi memoria sus palabras de tal manera que acuden a mi mente, muchos años después, cada vez que presencio, con las variantes actuales, el mismo recorrido de tan bella imagen. Es mucho lo que se ha escrito, analizado y discutido sobre las procesiones y la imaginería popular en la conmemoración de la Pasión de Cristo.
Ezequiel Navarrete Garres
Martes, 10 de mayo 2016, 10:25
Mucho y no siempre bien intencionado. Con la malicia de los que no tienen fe. Pero ese tema lo dejo para otra ocasión. Aquí, reproduzco las sabias palabras del Arzobispo y Cardenal Emérito de Sevilla, don Carlos Amigo Vallejo, sobre la raigambre y emoción de nuestra gran manifestación: "Una estética admirable en las imágenes nos conduce a la profundidsd del Misterio".Y más, si se difunde en el entorno una bella saeta, diría yo. Ahora les cuento, indudablemente influenciado por las palabras de mi abuelo, don Eusebio, hace tres cuartos de siglo, y la actualísimas del señor Cardenal, la vivencia de mi último Jueves Santo, en Vera. Es conocido que la celebración de la Semana de Pasión es movible en el calendario debido a que debe coincidir el Jueves Santo con el primer plenilunio. tras el equinocio de primavera, veintiuno de marzo. Esa noche, el tramo del mar verino frente a la calle Mayor de Vera, su perpendicular, es el punto por donde nace, aparece, la luna, que es precisamente la más grande, en apariencia, del año. Y la más luminosa. Debido a la suave pendiente de la calle, cuando el barroco y serio trono aparece por el cruce de la Plata, nuestro satélite ya es redondo y, dando de pronto un salto cósmico, se coloca detrás del conjunto, que balancea su paso hasta llegar a la Plaza, emergiendo del cuadro total los únicos cuatro enormes cirios que apenas le alumbran. La emoción de los sesenta y pico costaleros cierra este magnífico momento. Como he anotado anteriormente, de profundo misterio y admiración. Así ha transcurrido por los siglos de los siglos. Cuando, a la orden del capataz, quien trasmite sus deseos mediante golpecitos sobre una bandeja de madera en la base del trono, exclama: ¡Al cielo!, el trono es izado en dos tiempos, manteniéndose alzado total sobre las cabezas de los porteadores. En ese momento, el aplauso prorrumpe impetuoso y largo. Parece que tal uso proviene de la Baja Andalucía y no cuenta con la aquiesciencia de ciertos devotos, que prefieren las costumbres levantinas. Pasado ese instante culminante, de emoción incontrolable, continúa el trayecto, calle arriba, dejando tras su paso cierta estela los incensarios, que mezclan su perfume tostado con oleadas de azahar que llega, impregnando el viento salinero, de los naranjales y próximo mar latino. He contado a mis lectores una penetrante mirada sobre el paso del Cristo de más belleza, en la Semana Santa de Vera. Comprueben cuanto digo porque verán que es un verdadero asombro. Ya me dirán.
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