PREVENIR, VIGILAR, SOCORRER, Y MUCHO MÁS
Me vais a permitir que sólo por esta semana, en vez de dedicar esta sección a trucos y consejos para disfrutar de nuestras playas y piscinas, la dedique a dignificar un poco mi profesión y mi vocación, que en algunas ocasiones tampoco está mal recordar que el socorrismo es una profesión, tan digna y necesaria como cualquier otra, aunque parezca que en tiempos de crisis los socorristas sean el primer gasto que hay que eliminar: En 15 años, he escuchado en múltiples ocasiones aquella frasecita manida de: «para lo que hacéis», «solo sabéis poneros morenos», «sólo estáis para ligar», «si nunca pasa nada»..., y durante estos 15 años me he quejado amargamente de lo injusta que puede llegar a ser la gente con esta profesión, y sobre todo lo mal informada que está.
Rudy Mahiques
Martes, 10 de mayo 2016, 10:17
En países como Australia, o EEUU, los socorristas protagonizan programas de televisión, series,..., y son tratados como héroes, de hecho en muchos países del mundo ser socorrista es equiparable a ser policía o bombero. Pero claro estamos hablando de países que tienen un alto nivel de profesionalización en este sector, y donde poner socorristas profesionales en una playa no depende de si hay presupuesto o no, sino de evitar mediante la prevención la muerte de un ser humano, que es lo más valioso que existe. Como iba diciendo durante 15 años me he quejado amargamente de lo injusto que es la sociedad con los socorristas, y claro, mi propia familia y amigos se sorprendían, porque yo cuento con un trabajo fijo durante todo el año (soy celador sanitario en un hospital), y no entendían el motivo, por el cual si me sentía menospreciado en mi profesión como socorrista, año tras año pido excedencias y permisos para poder trabajar como socorrista y coordinador de playas, y yo les digo que precisamente por el menosprecio que la gente tiene hacia mi profesión debo seguir trabajando para hacerles cambiar de opinión. A lo largo de todos estos veranos en playas, y de algún que otro invierno en piscinas cubiertas de Almería y Murcia, he vivido muchas historias, algunas que me han hecho desear no volver a trabajar jamás como socorrista (el maltrato por parte de trabajadores públicos de cuyo nombre no quiero acordarme, ver a personas desconsoladas ante la muerte de un familiar,...), pero también he vivido historias, que día a día me hacen seguir luchando por esta mi profesión, y la de muchos compañeros, y aquí, quiero contaros una historia, que ha ocurrido hace muy poco, y que para mi además de emotiva, es un claro ejemplo de que no solo estamos para ponernos morenos o lucir tipo (los que puedan). Elena Fernández, era una señora de 93 años, que como tantos otros mayores, baja en vacaciones a pasar unos días en la playa con sus hijos y nietos. Debido a su edad, tenía una movilidad reducida, por la que se desplazaba en silla de ruedas, y siempre que bajaba a la playa, prefería quedarse al final de la pasarela de madera que hay para acceder a la playa y que queda a unos 50 m de la orilla que es donde se ponía el resto de la familia, que no paraba de subir para hacerle compañía y ver como estaba. Día tras día, yo pasaba con el quad por su lado, y le ofrecía una de las sillas anfibias (sillas de ruedas adaptadas a la arena y que incluso flotan) para que pudiera bajar donde estaba el resto de la familia, pero nunca quería hacer uso de la silla, probablemente por el simple hecho de no molestar. Al cabo de varios días, decidí que yo sería más cabezón que ella, y al final a fuerza de insistir, conseguí que accediera a probar la silla adaptada. Avisé a mi compañero Jeremy, y entre ambos la subimos a la silla y la bajamos hasta la orilla donde disfrutó el resto del día junto a su familia. Desde ese día, y durante todos los días que permaneció de vacaciones, alrededor de las 12:00 recibía una llamada a mi móvil personal: «Buenos días Rudy, soy Elena de Madrid, ya estamos aquí», y todos los días Jeremy acudía a ayudarla a acceder a la playa con su silla adaptada, hasta el día en que volvió a Madrid, despidiéndose de nosotros hasta el año que viene. Este año, en la noche de San Juan, recuerdo haber bromeado con Jeremy, sobre que ya pronto vendría 'su chica', Elena, que solía venir a primeros de Julio, y que ya pronto volvería a llamarme a las 12:00 de la mañana para decirme que estaba en la playa, y que fuéramos a recogerla. Y efectivamente así sucedió. El 1 de julio, me apareció en el móvil la llamada perdida de 'Elena de Madrid', inmediatamente la llamé y su hija me cogió el teléfono, lamentablemente la llamada era totalmente opuesta de la que yo esperaba. No me llamaba para pedirme que le acercara la silla, me llamaba para decirme que en octubre pasado, y a la edad de 94 años recién cumplidos su madre había fallecido, y sólo quería agradecernos lo bien que su madre lo había pasado ese su último verano. La verdad es que no llegué más que a darle mi más sentido pésame, no sabía que decirle. A continuación, me dirigí a la silla de vigilancia de Jeremy, y le comenté lo que había ocurrido, y le transmití la gratitud de la hija de Elena, que ella misma se encargaría de hacerle llegar más tarde, pues fue a buscarle para darle las gracias en persona. Cada día que alguien menosprecia mi profesión, o generaliza con lo vagos, o chulos, o inútiles que son los socorristas, hacen una pequeña mella en mis ánimos de seguir en esta profesión, pero son las historias como las de Elena, las que hacen que día tras día ame más mi trabajo. Un mal socorrista basa su trabajo en pasar el verano, y cobrar a fin de mes. Un socorrista basa su trabajo en la prevención, la vigilancia y si no queda más remedio en el rescate y los primeros auxilios. Un buen socorrista basa su trabajo en las personas, y en lograr dentro de sus posibilidades que disfruten con seguridad y dignidad de las instalaciones acuáticas, bien sea acompañándolos a buscar un familiar, a explicarle cualquier cosa, o a llevarlos en la silla anfibia, y esto no lo hace porque sea su función, lo hace por sencilla y simple humanidad. Un beso enorme Elena, por personas como tú seguiré trabajando mientras me dejen.
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