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El Ejecutor

Mientras escribo estas líneas tres efemérides coinciden en la misma fecha, curiosamente convergen en un espacio temporal aunque aparentemente no tengan nada que ver. Son, a saber: el fin de la II Guerra Mundial en 1945, y los asesinatos del político Aldo Moro y el periodista Giuseppe "Peppino" Impastato, en 1978. El primer hecho es sobradamente conocido y ha sido recordado en noticias y homenajes. El segundo, a modo nacional sólo en Italia, lógicamente mucho menos que el tercero.

Carolina Bermúdez

Martes, 10 de mayo 2016, 09:07

"¿Qué tienen que ver?", se preguntará el lector. A lo largo de la historia siempre se ha hablado de "vencedores" y de "vencidos" (a colación por lo de la II Guerra Mundial), de "opresores" y "oprimidos" (que tanto denunciaba el siciliano Impastato desde su radio, sobre todo en referencia a la mafia), y de "víctimas" y "verdugos"(y me viene a la memoria la famosa foto del ex Presidente italiano Aldo Moro en el zulo donde estuvo secuestrado 55 días antes de su ejecución). Esta dicotomía entre términos seguramente ha sido excesivamente reduccionista, en cuanto han sido ignorados otros actores, secundarios en parte pero no por ello de menor importancia. Esta figura es "el ejecutor", aquel que podría llamarse también 'autor material'. Aquel que es el instrumento del opresor, verdugo o del mismo sistema para cometer una serie de injusticias. Aquel que es el "medio" para conseguir fines poco ortodoxos, fines bastante inmorales. Aquel que es utilizado para abortar una serie de procesos incómodos para ciertos intereses, o directamente eliminar sujetos considerados igualmente "incómodos". Aquel que una vez que cesa la violencia, opresión, injusticia, y llega el momento de ser ajusticiado, se excusa o más bien se intenta justificar con el clásico: "Yo sólo obedecía órdenes", "Tenia que hacerlo, no me podía oponer, era mi trabajo". El ejecutor puede estar también entre nosotros, en nuestra vida cotidiana, entre la gente corriente. Es aquel que no se niega a ejecutar un desahucio a una familia con niños, es aquel que corta la luz a una persona anciana y no siente el más mínimo remordimiento, es aquel que con su indiferencia permite que nada cambie y que la inercia letal que nos guía en estos momentos no nos conduzca hacia ninguna evolución posible. Probablemente el ejecutor más famoso, a propósito de la primera efeméride, fue Adolf Eichmann. Eichmann, el gris, impoluto e impasible burócráta alemán que detrás de esa apariencia de misa de domingo organizó la logística del aséptico, despiadado y criminal exterminio de seres humanos, llamado "Solución Final". Una vez terminada la II Guerra Mundial, cobarde como buen ejecutor, escapó a Argentina y a través de un programa televisivo se logró localizar y orquestar su extradición. La filósofa Hannah Arendt, que asistió a su proceso en Israel en 1961, acuñó el famoso término "banalidad del mal" observando la frialdad e indiferencia que mostró el ex burócrata nazi ante el jurado. Como es lógico, respondió que él solo obedecía órdenes. A veces el ejecutor se encuentra en el propio sistema que no tolera, no consiente que haya seres humanos que digan ciertas verdades, como es el caso de la tercera efeméride, la de Giuseppe "Peppino" Impastato. El periodista siciliano, a través de su pequeña radio local "Radio Aut", denunció los horrores de la mafia, en aquellos años muy arraigada al Partido Democristiano, el partido que estaba en el poder. Quizá el compañero periodista, que apenas había cumplido los 30 años, supiera algo más de lo que debía de esa relación entre la Cosa Nostra y el poder. Un 9 de mayo apareció su cuerpo, tirado en las vías del tren, fingiendo un suicido y camuflando su ejecución. A Aldo Moro, el protagonista de la segunda efeméride, lo encontraron muerto también el mismo día. Porque a veces el ejecutor puede estar dentro de una misma casa, partido, o detrás quizá de un falso aliado. Al santurrón, bonancible y aparentemente impecable Moro, aunque no lo dejara ver, le traicionaba su infinita sed de poder. Pero el Partido Democristiano de entonces era una brutal partida de ambición y de egos, a cual más grande: Andreotti, Zacagnini, Cossiga... Nuestro protagonista optó por la vía de la conciliación, aquello que se llamó "Solidarietà Nazionale". Quiso pactar con el Partido Comunista Italiano, en aquellos momentos liderado por el carismático Enrico Berlinguer, para reconciliar al país, aún con los traumas del fascismo. Paradójicamente, este acto de generosidad y de deseo de paz para la sociedad italiana, dejando a un lado su ambición política, fue muy posiblemente lo que le costó la vida. Hay una película extraña, casi onírica y grotesca, pero genial, del director Elio Petri. Se llama "Todo Modo" y fue estrenada en el año 1976, y secuestrada poco después. En ella, dos de los mejores actores del siglo XX, Gian Maria Volontè y Marcello Mastroianni, dan vida al "Presidente" (una clara parodia de Aldo Moro, en aquellos momentos Presidente del Gobierno) y al cura Gaetano, casi tan ambicioso como él. Elio Petri escribió en los diarios de rodaje que Volontè en los días de grabación estaba extraño, casi poseído por la figura de Moro: hablaba como él, se movía como él, etéreo como una pluma. El personaje de Volontè durante toda la película, que se acaba de rescatar, restaurar y reestrenar en Italia, repite como un mantra una frase de Ignacio de Loyola: "Todo modo para buscar la voluntad divina". Quizá fue premonitorio.

"A la memoria de mi padre, Antonio (12/12/1938-28/05/2013)"

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