Crimen de un poeta
Cita Javier Cercas, mi escritor favorito, a Hesíodo al inicio de mi libro favorito, Soldados de Salamina: "Los dioses han ocultado lo que hace vivir a los hombres". En la primera parte del libro transcribe un excelente artículo que realmente publicó en El País en 1999, "Un secreto esencial". Trata del paralelismo de dos hechos acontecidos casi contemporáneamente en 1939. Uno es el fallecimiento del poeta Antonio Machado en Colliure (Francia), el otro, el fusilamiento frustrado del escritor Rafael Sánchez Mazas a unos pocos kilómetros, en el santuario del Collel (Gerona). Estoy convencida de que Cercas sabrá que en unos días se cumplirán 40 años de la muerte, mejor dicho, del crimen de otro poeta, Pier Paolo Pasolini. Y que en pocos meses se cumplirán 80 años del vil asesinato de otro gran poeta, Federico García Lorca. Inútil ignorar esta coincidencia, como en el magistral escrito del autor extremeño, es que además las vidas de ambos genios tienen no pocos puntos en común.
Carolina Bermúdez
Martes, 10 de mayo 2016, 08:44
Nuestro Federico nació en Fuente Vaqueros (Granada) en 1898, Pasolini en Bolonia en 1922. Las madres, Vicenta y Susanna, eran maestras. Ambos se criaron en el seno de familias bastante acomodadas. Los dos, ironías del destino, pierden un hermano a diferentes edades. Federico cuando era pequeño, a un hermano recién nacido. Pasolini pierde en la II Guerra Mundial a Guido, partisano de 19 años, teniendo el poeta entonces 23 años. También coinciden en las carreras universitarias: estudian Letras y se gradúan brillantemente. La gran transformación se produce para ambos al trasladarse a las capitales de sus países. Federico se traslada a Madrid en 1919 y pasa a vivir a la Residencia de Estudiantes. Allí, junto a sus amigos Cernuda, Buñuel, Altolaguirre, Alberti y Teresa León, Prados y tantos otros excelsos artistas y escritores se gesta la más brillante generación de intelectuales de la historia de España: la Generación del 27. Pier Paolo se muda a Roma con su madre en el año 1950, los inicios son duros, pero allí comienza a escribir sus primeras grandes obras: con La meglio gioventù consigue los primeros premios literarios y Ragazzi di vita y Las cenizas de Gramsci lo consagran definitivamente. Se codea con los más importantes intelectuales de la época, y con las nuevas promesas emergentes que se agrupan en el conocido como Gruppo 63. En la plenitud de sus carreras, tanto Lorca como Pasolini orientan sus carreras hacia las artes escénicas. El poeta andaluz se desvela un dramaturgo capaz de escribir obras que han quedado para la posteridad en el género teatral. La "Trilogía Rural" (Yerma, Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba) es un éxito de crítica y público. La época de esplendor se interrumpe bruscamente en el año 1936, justo cuando el granadino se encontraba entusiasmado con sus nuevos proyectos y viajes. Pero volvamos a Pasolini. Es el cine lo que desde el año 1961 hasta el 1975 concentra al poeta italiano. Desde Accatone (1961), su primera película, Pier Paolo trabaja con los mejores actores de su época: Orson Welles, Totò, Anna Magnani, Silvana Mangano, Massimo Girotti... Y consigue la colaboración de productores de la talla de Alfredo Bini o Alberto Grimaldi. Con la "Trilogía de la Vida" (Decamerón, Cuentos de Canterbury y La flor de las Mil y una noches) Pasolini rinde su particular homenaje al amor. Pero la situación del mundo inicia a preocupar al poeta, son los "Años de plomo" en Italia, y el autor observa con horror la decadencia a la que lleva el consumismo y el capitalismo. De ahí surge Salò, su última película, la primera de su "Trilogía de la Muerte" inconclusa, una desgarradora metáfora de la explotación y degradación del ser humano en la sociedad actual. Nos acercamos al final, Lorca intuye que el peligro le acecha. Quiere partir hacia América. Es agosto del 1936, vuelve a la casa de Huerta de San Vicente a las afueras de Granada, para despedirse de su gente. Aquella maldita noche de verano, donde los golpistas se lo llevan para silenciar para siempre la voz más brillante que ha nacido en esta tierra, el poeta va vestido de blanco. No nos deja en su bolsillo sus últimos versos, como hizo Machado ("Estos días azules y este sol de la infancia"). Ni tan siquiera sabemos donde yace su cuerpo, aún a día de hoy es el desaparecido más famoso del mundo, en la nación que niega su Memoria Histórica. Pasolini también intuía su muerte, se lo dijo a Furio Colombo en su última entrevista el día antes de ser asesinado; "Estamos todos en peligro". Al alba del 2 de noviembre de 1975 encuentran su cuerpo destrozado en el Idroscalo del litoral romano. Y también, aún hoy su crimen sigue siendo un misterio, aunque está claro que su compromiso molestaba a muchos (entre ellos, al negocio de las petroleras, del que iba a hablar en su libro Petrolio). Dijo Facundo Cabral: "Este mundo absurdo suele asesinar a sus poetas y enaltecer a sus verdugos". No tenemos aún el secreto esencial, que diría Cercas, para desvelar quien asesinó a nuestros poetas, y porqué nos privaron de dos de los más brillantes seres humanos que ha dado el S. XX. Porque en realidad es posible que los dioses no hayan ocultado lo que hace vivir a los hombres, han sido los propios hombres los que han masacrado lo que nutre el alma de sus congéneres.
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